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Atisbos de literatura iberoamericana

Entre las pocas Personas decentes

por Emmanuel Montes Álvarez

leonardo padura fuentes (La Habana, 1955) es uno de los autores cubanos más leídos de las últimas décadas en gran parte del mundo y licenciado en Filología por la Universidad de La Habana, además de narrador, periodista, guionista de cine, crítico y ensayista. La creación de su personaje Mario Conde le ha dado por a una tetralogía y a una serie de novelas que le han conferido fama internacional. Sus novelas, relatos, ensayos y artículos periodísticos han sido traducidos a diversos idiomas.

Desde más o menos segundo año, tuve claro el tema de mi tesis. Supe, desde entonces, lo que quería investigar, lo que quería tratar, relacionado a la literatura cubana contemporánea. Ahí fue que empezó la odisea, mi odisea con los profesores. Sabía que quería tratar la obra de Leonardo Padura, y como primera propuesta presenté un estudio comparativo entre la narrativa de Paul Auster y la de Leonardo Padura, sobre todo porque me llamaban la atención los muchos puntos en común entre El libro de las ilusiones, de Auster, y el hilo argumental de Iván, en El hombre que amaba a los perros. Grosso modo: en la novela de Auster, David Zimmer, el protagonista, se ve empujado a escribir un libro sobre un personaje que el azar le pone delante, un tal Hector Mann; se decide escribirlo, entre otras cosas, por la muerte de su mujer; en la novela de Padura, Iván, uno de los protagonistas, se ve empujado a escribir un libro sobre un personaje que el azar le pone delante, un tal Ramón Mercader; cabe recalcar que Iván también pierde a su mujer. Nada que no se hubiera hecho antes en el mundo académico, un estudio comparativo sobre dos autores que había releído bastante.

Lo primero que los profesores me dijeron fue que desechara esa idea, que me sería difícil, pues a Paul Auster «no lo conocía nadie», que no era un escritor para presentárselo a los estudiantes de Secundaria Básica. Esa primera propuesta, me vi obligado a dejarla de lado. Luego, me propuse trabajar la obra de Leonardo Padura solamente, dar a conocer sus aportes a la literatura policíaca, y muy sutilmente, el tutor me sugirió que dejara ese tema, que me centrara en otro más importante: me propuso trabajar el origen de la literatura en los textos jurídicos. Nada más lejano de lo que me interesaba tratar. Al final, el resultado fue que uno de los profesores me advirtió que tuviera «cuidado», porque Padura era/es considerado un escritor «controvertido».

Ese fue el quid de todo. No tanto Paul Auster como Padura. Al final, decidido a las consecuencias, defendí una tesis sobre Leonardo Padura y sus aportes a la literatura policíaca cubana, un sistema de actividades para que los estudiantes de octavo grado, por lo menos, conocieran al escritor. Tuve que soportar de todo: desde problemas para imprimir cuarenta y cinco folios hasta a mi oponente diciéndome que ella conocía a Padura, por supuesto, que no se lo había leído, pero lo conocía, y sabía que lo que hacía era realismo sucio y que el realismo sucio no era bueno para los estudiantes. El día de la defensa, la oponente no pudo estar presente en el tribunal, hubo que contactarla por videollamada, estaba en su casa, hubo que mutearle el micrófono: su perro no paraba de ladrar y no me dejaba exponer. Ese día, mi tribunal estaba cojo: faltaban profesores, faltaban ganas, faltaba todo. Mi nota final, tras un montón sofocante de preguntas y consideraciones, fue de cuatro puntos. Mi defensa no los convenció para otorgarme el cinco. Yo no los quise convencer. Solo quería mi título de una puñetera vez y olvidarme de todos. Salí de la universidad sin querer hablar con nadie, solo con un profesor decente que me atajó y dentro de todos los males habidos y por haber, quiso entenderme.

En un momento muerto después de mi defensa, en lo que el tribunal debatía sobre mi trabajo, un profesor se me acercó, se recostó al muro campechanamente y me dijo que no me preocupara por los posibles señalamientos que me pudieran hacer y de soslayo, me dejó caer si no me interesaba quedarme dando clases ahí en la universidad. Mi respuesta fue tajante: no. Hay negativas que enorgullecen en ocasiones, por ejemplo: ese no mío. No me interesaba para nada ser la gota de agua que sofocaba la inmensa falta de maestros que hay en las escuelas. No era mi intención, ni de lejos, quedarme dando clases en esa facultad.

Recientemente fui seleccionado dentro de unos veinticuatro jóvenes pertenecientes al mundo del libro —escritores, editores, maquetadores, etcétera; yo en el apartado de escritor, por supuesto—, para unos talleres de escritura creativa auspiciados por una beca Transcultura de la UNESCO y por Aurelia Ediciones —la editorial que publica y distribuye los libros de Padura en Cuba—, y entre los que ofrecieron conferencias estuvo el propio escritor. En un impasse, el mismo primer día, mientras se fumaba un cigarro, me le acerqué, lo saludé y le hablé de mi tesis, que casi no me dejaron defenderla, que los propios profesores me habían dicho que su obra, sus novelas, eran «controvertidas». Me quedo con dos cosas: su agradecimiento, obviamente, y el gesto de su cara, casi que de rechazo, de incomprensión, junto a sus palabras: «las cosas de nuestro país».

Su más reciente novela Personas decentes, publicada en el 2022 por Tusquets, pienso que es la más honesta de toda la serie de Mario Conde. Es una novela donde Padura pone en boca de su expolicía, y lo reconoce con ello, que en Cuba existen las Brigadas de Respuesta Rápida, que se hacen actos de repudio, que se hostiga la libertad. Los temas tratados son variaciones más profundas de sus novelas anteriores: crímenes relacionados a obras de arte (Paisaje de otoño, 1998; Herejes, 2013), la parametración de los artistas en Cuba (Máscaras, 1997), la figura de Alberto Yarini, que ya la ha trabajado lo suficiente como para intentar novelarla.

Si bien en sus novelas hay escenas que podrían trabajarse mejor —él mismo lo cita en sus notas aclaratorias, le agradece a sus editores que lo «obligan» a escribir mejor, y además, lo ha repetido en varias ocasiones: puede que no sea el mejor escritor cubano, pero sí el que más trabaja—, esto de «el mejor escritor» quizá sea por esto mismo: hay pasajes en los que se le nota poca pericia. No obstante, a medida que ha publicado sus libros, si algo ha marcado su saga del policía Mario Conde, es que su compromiso con la honestidad es el sello que lo caracteriza y por el que, pienso, se le reconocerá el valor a esas novelas en un futuro. Puede que no por sus personajes, casi arquetípicos, o los amigos de Conde, o las fantasiosas comidas —casi irreales— de la madre del flaco Carlos, sino por ese sentido de ser la voz de la sociedad cubana a la que no le alcanza el salario para llegar a fin de mes, que no cree en propagandas ni discursos. Además, con sus novelas, se ha propuesto dejar al futuro el tiempo que le tocó vivir, con más defectos, muchos más, que virtudes.

La publicación de Personas decentes, en un principio, no me generó expectativas. Me pareció otra más de Mario Conde. La última novela que había leído de Leonardo Padura había sido Como polvo en el viento y de lo poco que me llamó la atención de esa novela, más allá de los detestables clichés sobre los cubanos en Miami y unos personajes secundarios un poco forzados, fue su constante alusión a Paul Auster. Como si el espíritu del neoyorquino hubiese estado presente en la escritura de la novela, como si le hubiese aconsejado escenas, personajes y parlamentos. Como polvo en el viento no me pareció un buen libro, sino más bien un intento de emular a Paul Auster, y por ello mi predisposición negativa a Personas decentes. Pensé que podía tratarse de más de lo mismo, de variaciones austerianas sobre el mismo tema, pero Leonardo Padura tiene claro que su personaje Mario Conde se debe a la sociedad que le tocó. Una sociedad en la que, a medida que pasan los días, casi ni se pueden ver personas decentes pero quedan, quedamos, eso creo.

Emmanuel Montes Álvarez nació el año 1996, en plena crisis del Período Especial, en La Habana, Cuba. Escritor y guionista. Licenciado en Letras por la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona de La Habana. Autor de la novela Los días que pienso en ti (ed. Avant, Madrid, España). Redactor del blog Los hijos bastardos de la melancolía. Ha publicado textos en revistas nacionales e internacionales, como Interliteraria y Nostos, de México, Perpetuum, de Caracas, CdeCuba, de España, especializada en artes visuales, ha colaborado con Hypermedia Magazine. Recientemente, ha ganado la beca de escritura creativa del Programa Transcultura auspiciado por la UNESCO.

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