# 3

saranchá

Atisbos de literatura iberoamericana

NATALÍ ARANDA

Partir de una negación y sostenerse en ella a base de palabras, ejercer una sólida negación para que todo lo que parece sólido en el lenguaje, fijo como las raíces en el árbol, se desprenda de sus nudos hacia un decir inesperado, desnudo, esencial. El no-lugar, tal vez, como lugar del poema, abierto a las resonancias no verbales del mundo, a los latidos de lo que es y lo que está, palpable y evidente como una piedra, misterioso en su silencio como ella. La poesía de Natalí Aranda nos ofrece, en tono menor, un universo de sensaciones sutiles y grandes interrogantes, en donde las cosas alcanzan su plenitud en el instante en que desaparecen.

La poesía actúa por ausencia.

Roberto Juarroz

1

Es oscuro el camino,
los símbolos, la angustia.

Todo es hambre después del relámpago.

2

Tiembla una sombra de árbol,
sin árbol
que detenga la hondura,
el salto infinito
al centro
al árbol
a la palabra que hiere
como existencia.

Un templo en la sombra
enseña a leer 
el vuelo y su destino,
el sagrado vuelo
en el camino del agua.

Un mantra se repite
en la carne:
el silencio es un árbol
entre dos latidos.

Árbol,
hondo, hondo como el fuego,
hondo como el llanto agradecido
de quien abre los ojos
y respira. 

5

Arroja la piedra,
observa los círculos que nacen
en el río.

Eso somos, esa música.

Escucha cómo la piedra 
se abre en ti
para hundirse en el agua.

7

La llama de una vela 
palpita
como palabra
en medio de la noche. 

11

El amor
la piedra
el árbol
la luz
el poema.

Todo lo que demora 
es un camino hacia dentro. 

14

Mi sombra me lleva hacia un viejo jardín
un árbol crece alimentado por el polvo
de mis animales desaparecidos.

Crece lento, nadie lo ve,
no importa.
En este viejo jardín las cosas saben esperar. 

17

Preguntar es padecer la distancia. 

18

Los sonidos dibujan
los espacios de la casa,
movimiento descendente
ambiguo y oscuro
de una gota que persiste
en llenar el vacío,
preludio de una respiración atenta 
a cualquier cambio en el fondo 
de la piedra.

Un sonido de árbol
me lleva a sentir
la cercanía de la muerte,
su sonido a través 
del canto de un niño amado
y enterrado 
al momento de nacer,
niño convertido en árbol
en pez
en gota llenando el vacío
en el centro de un océano,
sonido de desierto que avanza
cuando intento escribir 
el nombre de Dios
sobre la arena. 

21

La niña juega,
la adulta deja de jugar:
crea a Dios. 

22

Nombré al agua según su cauce
y me sentí sola
separando los cuerpos de este mundo. 

24

¿Cuántos rayos son necesarios para decir mundo? 

25

Estar
mientras la carne 
germina y se extingue
en la lenta respiración 
de la tierra. 

27

Otra vez lo real
un cuerpo separado de su nombre
una respiración, 
el viejo mantra siendo testigo de su vientre.
Una fuerza, un instante en que la vida 
se mira nacer
otra vez, y otra vez, y otra vez.

La respiración también 
es un camino de regreso.  

30

Morir con todos los rincones hacia afuera
mirarlos a pesar del horror,
haciendo del infierno
el camino que falta. 

31

Muero en el río,
pierdo nombre y memoria,
solo queda el reflejo asustado y tembloroso
de quien no ha sido creado 
a imagen y semejanza. 

de No-lugar (2021).

Natalí Aranda Andrades (Santiago de Chile, 1987) es profesora de filosofía y estudiante de doctorado en filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado los libros de poesía Lo uno, lo otro (Valparaíso, Ediciones Inubicalistas, 2016) y No-lugar (Valdivia, Komorebi Ediciones, 2021), y el ensayo El poema como huella en Ximena Rivera (Valparaíso, Ediciones Inubicalistas, 2019).

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