valentina marchant (Santiago de Chile, 1988). Ha publicado los libros de poesía Tránsito Ciego (Chile: Pez Espiral, 2013) y El reverso del agua (Barcelona: Comba, 2022; Chile: Pez Espiral, 2023). Sus textos han aparecido en antologías como 100 poemas para ni roncar: antihomenaje al antipoeta (2014) y 266 microdosis de Bolaño (2024). Ha ganado becas y reconocimientos, entre los que destacan la mención honrosa en los Juegos Florales Gabriela Mistral (2012), la beca de la Fundación Pablo Neruda como escritora residente (2010), la Beca Chile Crea (2019) y la Beca de Creación del Fondo del Libro (Chile, 2023). Es máster en Creación Literaria (Universidad Pompeu Fabra) y co-directora de Revista Saranchá. Actualmente cursa un doctorado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (UAB). Reside en Barcelona desde 2019.
En la antigua filosofía griega, aporía es una situación de dificultad, de estancamiento, de contradicción paralizante de la que se sale abriendo poros, que es el nombre que se le da a un camino trazado sobre una extensión líquida. Un camino sin memoria, porque no tiene memoria el agua. Sobre esa extensión, todo camino es siempre nuevo. No hay huellas que seguir, su condición es el extravío.
Tiene a favor, sin embargo, el agua misma, que tiende a abrirse camino, que encuentra siempre la forma de hacerlo y de abrirnos camino en ella, nadando acaso, navegando tal vez. Hundiéndonos.
Por eso el agua ha sido una figura para el deseo. Para aquello que moviliza el cuerpo y las palabras, la vida, en suma, que insiste en perseguirse a sí misma. Que persevera en ello.
En este libro, la poesía se adentra en un agua estancada como un espejo en el que un ojo se sumerge y al mismo tiempo se enfrenta a su propio reflejo. Un ojo que es acá pez, pez muerto, pez dorado, ojo de pez colgado en la puerta de una casa. “Un ojo que te mira y te explota por dentro”, “la oscuridad de un ojo / que se introduce / y nos refracta”.
Un ojo hecho de imágenes y palabras que se hunden y salen a flote. Que varan en la orilla y chapotean en la superficie. Que se entrega al curso de las aguas y también nada contra la corriente.
“A veces la boca misma se transforma en otro río que me atraviesa”, dice un verso. Doble imagen para el deseo: esa agua que fluye, y que al hacerlo nos atraviesa como una flecha, la de cupido, por ejemplo, que nos parte en dos. “La flecha que atraviesa el cuello de un cisne hasta torcerlo”, dice otro verso.
El deseo es un movimiento que únicamente arranca del vacío que lo origina, y nos produce. Y quizás la imagen oculta en la sola frase “El reverso del agua” tenga que ver con eso: con esa suerte de surco, ese vacío que necesita el agua para ponerse en movimiento, y que al hacerlo deja tras de sí otro vacío, sin huella alguna, atravesándonos.
Atravesando un cuerpo que es aquí también de agua. Que produce agua. Que suda, por ejemplo, bailando entre otros peces sobre una cama mientras “una mano se hunde y los pies navegan otro río”.
Pero el agua, lo sabemos, no solo fluye ni arma camino. También se estanca, se detiene, se encharca, se vuelve lodo, barro incluso. Vapor, humedad. Se manifiesta, como las palabras, sobre las cosas y con las cosas. Lo que gotea, salpica, empaña. Deja estelas y cosas flotando. Se precipita, cristaliza, se congela como el mundo entero, de pronto, en la ventana.
De todas esas formas del agua está hecho este libro. Todas esas manifestaciones acuosas conforman su materia. Como si el libro entero estuviera atravesado por aguas subterráneas que no emergen bajo la forma de un relato, de una historia, sino que movilizan las palabras y las imágenes que oscilan entre la superficie y la profundidad, jugando a veces con la línea misma del horizonte, entre el cielo y el mar.
Por esa razón, el agua es acá materia, pero sobre todo un es un hábitat, un hábitat en continuo movimiento. Una metáfora de lo que viaja, “de un camino que se pierde en otro continente”, como dice un verso de César Moro que Valentina pone como epígrafe del libro.
Es un viaje que invita a imaginar un cambio de país, de continente, de luz. Un lugar donde de pronto el sol parece salir por el otro lado: no nace ahora de las montañas sino del mar, y al hacerlo nos da vuelta, nos revierte.
En su reverso, este libro habla de un viaje interior. Del modo en que las palabras logran hacerse camino en la líquida quietud de un tiempo y un espacio interior.
salto de una casa a otra del umbral de una puerta del siglo XV hasta el techo rojo y caliente de un altillo voy de número y calles difusas junto a una maleta que contiene cuatro libros de poesía chilena dos novelas argentinas y un puñado de monedas que ya no sirven cambio de vivienda como quien no tiene su lugar en este mundo no sé en realidad cuándo volveré a estar cómoda o si acaso es necesario acomodarse alguna vez así es la vida, supongo de los que eligen el agua y no la tierra para quedarse. *
Lo recogí de la calle. Lo llevé envuelto entre mis manos. Hacía frío. El viento quebraba las ramas de los árboles y los postes de luz y las hojas caían y volvían a quebrarse.
La calle era un túnel por donde mi cuerpo había de pasar, con el pez entre las manos, la puntada en el estómago y el recuerdo difuso de mamá rompiéndome la cabeza. No recoger nunca cosas de la calle, hija, y menos tocarlas o comérselas.
Pero fue como cruzar una avenida con los oídos tapados, hundirse en ese mar oscuro que era, su ojo clavándose en mi ojo, igualmente negro y vacío.
La flecha que atraviesa el cuello del cisne hasta torcerlo.
El rayo inclemente de algún dios
perdido en las alturas.
el pez se aparece en plena avenida emerge del subsuelo con su báculo mortal chapotea, gime clava sus dientes en la costra olfatea por última vez la herida de agua que se arrastra el canto de las gaviotas que huyen alguien dijo: la marea está subiendo y sí el agua subió por todas partes el agua blanca el agua roja el agua azul el agua de los cuerpos que flotan en el cielo hasta quemarse toda el agua del mundo vino a inundar la ciudad ese día fue inevitable yo no sabía nadar escondí los ojos en la hierba y tracé una línea así dispuse que la tierra se partiera en dos la caja de Pandora de la que emergen todas las criaturas estaba ahora ahí mismo abierta en mitad de la calle a vista y paciencia de todos los que por allí pasaron no es mi culpa, dije yo solo quería hacer un viaje pero ya era tarde una procesión avanza a ciegas me dicen que alguien ha muerto entonces canto mi melodía fúnebre dispongo las flores que recogí al pasar junto al trino de gaviotas y peces que caen quemados desde el cielo en la tumba de oro que se eleva en el grito de oro que mastico en mi cuerpo atravesado por el oro que vuelve por fin a la tierra.
macarena garcía moggia (Viña del Mar, 1983). Escritora, editora y teórica del arte. Ha publicado los libros de poesía Aldabas (Edicola, 2016) y A un elefante (Cuadro de tiza, 2024); la novela Maratón (Cuneta, 2017); los libros La tercera mano. Extractos de entrevistas a Adolfo Couve, junto a Catalina Porzio (Alquimia, 2015) y No tengo amigos, tengo amores. Extractos de entrevistas a Pedro Lemebel, junto a Guido Arroyo (Alquimia, 2018). En 2022 publica La transparencia de las ventanas (Ediciones UV), por el que obtuvo, en 2019, el Premio Mejores Obras Literarias en la categoría Ensayo Inédito, y en 2023 el Premio Municipal de Literatura de Santiago en la categoría Ensayo. En 2024 publica Ensayos de una casa (Alquimia). Actualmente dirige el sello Mundana Ediciones, y enseña en el Instituto de Arte de la Universidad Católica de Valparaíso.