# 3

saranchá

Atisbos de literatura iberoamericana

JUAN MANUEL ZURITA

Las conversaciones de bar son por derecho propio un tópico narrativo, pero pocos, como Jim Jarmusch hiciera con las conversaciones de café, han hecho de esta dinámica cotidiana el nudo argumental de sus obras. Tal vez porque no hay nada del otro mundo en ellas, digresivas como son y sobre todo inconclusas, tendientes al deterioro etílico de sílabas y temas. “El inmortal olor de los eucaliptos” demuestra que en eso y más radica su valor, llevándolo a un extremo inesperado donde lectura y alcohol se combinan para sugerir algo así como una estética de la distracción.

El inmortal olor de los eucaliptos

—Prueba con un par de cervezas. ¡No más de dos!, sin marearse.

—Llevamos tres —respondí acabando mi caña. Aprovechando que Osama levantaba una mesa vecina, pedí dos más.

No veía a Juanjo hace varios meses y casi que lo extrañaba.

Siempre me pareció un tipo gracioso. Hablaba muchas burradas, pero la forma cómo las decía y, más aún, ¡cómo las defendía! sacaba carcajadas. Era de aquellos que tienen teorías para todo. Algunas, se notaba, se las creía de verdad, pero otras, y me atrevo a decir que la mayoría, las iba inventando a medida de que hablaba y, por lo mismo, cambiaban dependiendo del curso de la conversación. No era un charlatán, te aseguro que no iba por ahí la cosa. Hay gente que se nota que la han mimado mucho, que desde niños les han dicho que son inteligentes, que son especiales, y se lo creen. El tema es que, cuando son adultos, no saben perder ese protagonismo y son autorreferentes. ¡Juanjo era uno de ellos! Yo no me tomaba tan en serio todo lo que decía, pero no faltan los tipos graves que le buscaban el error, el paso en falso, el renuncio, y ahí le daban. Yo me lo pasaba bien, lo escuchaba porque sus historias eran divertidas, no me cuestioné si verdaderas o falsas, yo le daba cuerda y si, para ello había que gastarse todo en cervezas, lo hacía.

—Aquí tengo subrayado algo —sacó de su cartera Ficciones de Borges—. Espérame, ya lo encuentro —hojeaba, saltaba páginas, volvía atrás—. ¡Aquí está!, escucha: "Entre el interminable olor de los eucaliptos"

Cortó en seco y, levantando las cejas y alzando el mentón, inquirió por una respuesta que no supe darle.

—No me acuerdo de ese cuento —respondí—, ¿de qué se trata?

—Pero, ¡eso es lo que menos importa! —fue casi un grito. Él mismo se sorprendió del volumen de su voz, así que bajó el tono—. Es "La muerte y la brújula".

De un sorbo acabó la cerveza e hizo señas a la barra para pedir dos más. Mi pregunta le había quitado emoción a su relato y aquello pareció molestarle, pero no era un enojo conmigo –aunque así sonó–, sino que pareciera que una súbita vergüenza lo hubiera atacado.

—¿Quién se acuerda de todo lo que lee?, lo que importa es la frase —volvió a coger el libro repitiendo en forma pausada, como para darse a entender mejor—. "El in-ter-mi-na-ble olor de los eu-ca-lip-tos". ¿Te das cuenta?, ¿el adjetivo que elige? —volvió a coger energía—. ¿Has olido alguna vez un eucalipto? Mejor dicho, ¿has sentido el olor de los eucaliptos?

—Claro que sí. Chile entero está plagado de ellos.

Parecía no oír. Se estaba escuchando a sí mismo, siempre lo hacía. Un par de veces, cuando nos bebimos alguna cerveza en la barra de un bar, lo sorprendí mirándose en el espejo del fondo. Aquella vez me di cuenta de dos cosas: que Juanjo era un egocéntrico y que casi todos los bares tienen espejos frente a la barra.

—La frase es genial, te remite a un lugar inmediatamente. Es como la magdalena de Proust pero la diferencia es que no me lo dijo nadie, ¡lo descubrí por mí mismo! —Yo ya acababa la caña y Juanjo aún no tocaba la suya. Ya nadie lo iba a hacer callar.

—¿Leíste a Proust? —lo interrumpí.

—No, nunca, pero no estamos hablando de Proust, estamos hablando de los eucaliptos. Y tú —su tono se puso algo severo—, tú, que eres del sur, lo debes tener más claro que nadie.

—¿Qué tiene que ver el sur con Proust? —Intentaba tomarle el pelo, pero se dio cuenta. No por perspicaz –que sí lo era–, fue culpa de mi risa. ¡Es que no se puede tomar tan en serio a alguien que habla así! De cualquier manera pareció no inmutarse y prosiguió su soliloquio.

—Pueden pasar miles de años, ¡millones de años!, y los eucaliptos van a seguir oliendo igual. Basta que se atisbe su esencia, que un poco de viento empuje su aroma hasta tu nariz para que aquello te remita a un momento, y eso Borges lo dice en una sola frase. No importa de qué vaya el cuento, ¡da lo mismo!, creo que la única trama que retengo es la de "Hombre de la esquina rosada".

—¿Y "Emma Zunz"?

—Bueno, sí, "Emma Zunz" también, y "El Sur", y "El aleph" y algún otro más. Pero no te distraigas en ello. ¿Por qué te quedas en lo literal? Lo que te quiero decir es que Borges, y quizás él mejor que nadie —era majadero con Borges— escribe sobre cosas "importantes". Pareciera que en todo lo que explica hay una clave, un punto "sustancial", un elemento "crucial", "trascendente", como en el olor de los eucaliptos. ¿Me entiendes?

—Algo —entendía por dónde iba. Alguna otra vez tuvimos una conversación similar; se trataba de otro cuento, de otra frase como también fueron otros los adjetivos que utilizó para ensalzar a Borges. Ya no recuerdo cuáles fueron, ¡da lo mismo! Podría ser uno, podría haber sido otro. Lo interesante con Juanjo no era el resultado ni la conclusión final. Lo suyo era la forma de contarlo, las teorías que inventaba, en resumen: "el método".

—Te lo grafico. —Y aquí llegaba su batería de metáforas. Lo imagino de niño leyendo fábulas o escuchando parábolas bíblicas, pues todo lo explicaba con ejemplos. Sacaba analogías de cualquier cosa. Hablaba relacionando puntos que nada tenían que ver, pero encontraba algún nexo, algún ensamble que, aunque forzado, le daba calidez a sus explicaciones. Era simple, pero de aquella simpleza que no nace de la humildad, sino que de la arrogancia, de alguien a quién le han dicho –y sí que se lo cree– que es muy inteligente. Lo bueno, y por eso me caía bien, es que en él sonaban tan convencidas y graciosas que no provocan rechazo, sino que encantan. En eso era genial.

—¿Recuerdas que hace años estaban de moda unas láminas de colores que, si las mirabas fijo, aparecían figuras en tres dimensiones?

—Sí, ¡claro!

—Había que ponerlas a cierta distancia de los ojos, enfocarlas muy bien y, luego, ir alejándose lentamente para que apareciera la silueta de un tiburón, un dinosaurio o lo que fuera —Juanjo cogió con sus manos el libro que había dejado sobre la mesa. Lo levantó a la altura de su rostro y, estirando y contrayendo sus codos, lo iba acercando y alejando de su cara—. Esa era una de las maneras de poder descubrir la imagen, pero había otra —entonces, manteniendo firme entre sus dedos su ejemplar de Ficciones, clavó su mirada en la portada. Luego, levantando sus cejas para que me fijara en su vista, fue desviando su glóbulo ocular derecho hacia el exterior, mientras que el otro, el izquierdo, quedaba fijo entre el libro y la punta de su nariz. Se me escapó un chorro de cerveza por la nariz de la risa que no pude contener.

—¡Sí!, ¡claro que me acuerdo! —dije riendo.

—Eso es lo que te digo. Con algunos cuentos de Borges pasa algo parecido. Hay que ponerse "turnio de mente" —y volvió a desviar su vista, esta vez fijando los dos ojos hacia el exterior, como si intentara vigilar sus propias orejas—. No es necesario concentrarse en la historia. Eso es lo de menos, además, como se trata de relatos breves, si te pierdes, los lees de nuevo. Lo que yo propongo, y es lo que más me gusta, es lo que aparece en una lectura desconcentrada. Allí se logra descubrir el verdadero valor de las frases. Por lo mismo debes hacerlo un poco bebido, pero no borracho que así ya no se entiende nada. La medida, lo tengo cuantificado, son dos cervezas.

—Yo voy algo borracho —dije secándome la cara con la manga, que aún me quedaba cerveza de la que expulsé.

Si lo lees concentrado —su voz cobró cierta serenidad, como si la emoción de lo dicho lo apaciguara—, lo más seguro es que retienes la historia, te impresionas del argumento y buscas la fórmula con la que fue escrito. Ahí, lo más relevante a concluir, es si te gustó o no. A mí, en lo personal, no todas sus "historias" me gustan. Por ejemplo, "Hombre de la esquina rosada" lo siento demasiado predecible, cualquiera puede adivinar cómo termina, lo mismo con "La forma de la espada" —aquel era de Piglia, pero no quise quitarle sus créditos—. Pero, volviendo al tema central, y a lo que me refiero con aquello de las láminas en tres dimensiones. Los cuentos de Borges, independiente de la trama, tienen frases geniales. En una lectura concentrada se nos pasan de largo; estamos sumidos en la historia y necesitamos llegar al desenlace. Pero si las leemos en forma distraída, como cuando lo hacemos tras dos cervezas, se nos aparecen esos "otros" elementos pues ya no estamos mirando en forma nítida. Para mí —y se golpeó el pecho con el puño, como cuando se reza el Credo—, en esas frases se encierra "la verdad", lo que Borges entiende por "la verdad".

—¿Como el inmortal olor de los eucaliptos? —pregunté.

—El interminable olor de los eucaliptos —me corrigió.

—Inmortal o interminable. Da lo mismo, se refieren a la misma cosa, ¿o no?

—No, inmortal no es lo mismo que interminable. Inmortal es un adjetivo desmesurado, imposible. Si Borges lo hubiera usado le estaría dando la cualidad de majestuosidad a los árboles, y esa, claramente, no es su idea. Cuando dice interminable habla de una continuidad, como si nunca se acabara, como si estuviera siempre ahí esperando. Pueden talar los árboles y plantar unos nuevos; pueden morir y nacer otros, pero el olor lo heredan, por eso es interminable. Por lo menos así lo creo, pero veo que ya estamos demasiado borrachos como para entenderlo bien.

Entonces cogió su vaso de cerveza y se lo bebió de un solo trago, luego vio que a mí ya no me quedaba y giró hacia Osama para pedir dos más. El ojo derecho, cada cierto rato, se le desviaba, pero ahora debido a la borrachera.

Juan Manuel Zurita (Chillán, Chile, 1978) es periodista de la Universidad de Concepción y Doctor en Filología Hispánica de la Universitat Autònoma de Barcelona, donde hoy se desempeña como docente. Además es guía de rutas literarias por Barcelona. Autor de la novela Arauco (Comba, Barcelona, 2022) y de This is Music (de la cual el presente texto es un esqueje), novela aún sin publicar.

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