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Atisbos de literatura iberoamericana

El poema y la espada

por Fernando García Moggia

aixa rava (Río Grande, Argentina, 1982). Es profesora en letras por la Universidad Nacional del Comahue. Dirige la editorial Tanta Ceniza Editora. Ha publicado los libros de poesía Barda (Buenos Aires Poetry, 2014), La luz no se corta como el papel (Ediciones con doble zeta, 2016), Los sitios de mi cuerpo (Añosluz Editora, 2019), En el patio crece una planta rosario (Qeja Ediciones, 2021) y Sobre esta misma nieve (Esdrújula Ediciones, 2022).

No sé si por vicio vocacional o qué, pero quienes nos dedicamos a pergeñar versos y, en alguna ocasión de nuestras vidas, nos imbuimos con igual pasión en la práctica de un arte marcial, solemos establecer un paralelismo entre nuestro oficio y el arte marcial en cuestión. Sospecho que a quienes se dedican a actividades más onerosas como los negocios o la política les debe ocurrir algo parecido, aunque con el sello opuesto: negocios, política y artes marciales se hermanan en la pasión por la victoria. La poesía, en cambio, está marcada por ese emblema a ratos melancólico a ratos liberador llamado derrota, y quienes nos dedicamos a esto lo damos (o deberíamos dar) por sentado. Llegamos al poema por una derrota en la vida, una derrota existencial, y acabamos derrotados una y otra vez ante el lenguaje. Al registro de esa batalla perdida lo llamamos poema. El arte marcial no solo nos enseña a pelear esa y otras batallas con un poco más de dignidad, sino también a asumir los rigores de un mundo esencialmente hostil en el que el yo no es más que una ilusión barata.

Todo esto llegué a pensar hace unos años luego de que, con una caña de bambú, mi instructor de kung-fu me golpeara repetidas veces en los codos mientras fracasaba en mi enésima serie de flexiones de brazo.

Sospecho que Aixa también habrá encontrado una afinidad de este tipo con la práctica de la espada que propone Miyamoto Musashi en El libro de los cinco anillos (1641), porque Godai se fundamenta en una rica y productiva analogía con el libro de Musashi. En primer lugar, y de manera tal vez más evidente, la analogía entre ambos libros opera a un nivel arquitectónico: Godai, título que hace referencia a la doctrina de los cinco elementos de la que se sirve Musashi, está estructurado a modo de secciones o "manuscritos" a partir de los mismos cinco elementos: la Tierra, el Agua, el Fuego, el Aire y, finalmente, el Vacío, que como sabemos es el pilar filosófico del budismo en sus distintas vertientes. El reto, pues, no es menor, porque plantear un orden poético sobre la base de un sistema filosófico es siempre un desafío que exige altas cuotas de comprensión y creatividad, y doy fe que Godai, de Aixa, sale airoso de la batalla.

Y es así porque, desde la primera página, el libro nos propone una torsión semántica que le abre el camino a la poeta para desplegar una mirada propia. Mientras Musashi, nos cuenta, logró su primera victoria al cortar de un tajo a su rival cuando tenía trece años, ella en cambio a la misma edad se desvanecía antes de entrar a un examen. La experiencia del miedo que emerge de la memoria se actualiza en un presente en donde esa misma emoción, tan animal e inevitable, parece cubrir la mirada como un mar que se recoge y que vuelve a golpear. Ante la trayectoria intachable de Musashi, jamás vencido en más de sesenta combates, se nos ofrece entonces otro tipo de certidumbre: la de la derrota.

Pero —he aquí la torsión— consiste en una derrota que al extenderse en el tiempo se transforma en derrotero: rumbo y dirección de las embarcaciones. Ante el miedo y la derrota, el derrotero: puro trayecto y arrojo. Es como si con un ligero gesto de muñeca se abriera todo un horizonte de posibilidades; un gesto que, cabe decir, da cuenta de un procedimiento que Aixa maneja con naturalidad en cada uno de sus libros: me refiero a esa capacidad que tiene para detenerse en las palabras, mezclarlas, darlas vueltas, cambiarlas de lugar, iluminarlas desde nuevas perspectivas, sacándoles todo el jugo semántico que puedan contener. "El guerrero pule sus herramientas y afila los ojos para la observación amplia y la visión del detalle", dice Musashi. He aquí, pues, un segundo nivel de la analogía.

Este derrotero nos llevará hacia distintas estaciones en donde las técnicas de combate de Musashi funcionan, también, como señales para un arte del vivir y, sobre todo, un arte del mirar. Una mirada que, como enseña el budismo, procurará un equilibrio o punto medio entre la actividad y la pasividad, entre la concentración y la receptividad: una calma apertura en la que —cito a Musashi— "los ojos no deben moverse pero deben ser capaces de mirar a ambos lados". Con sus distancias y contactos, la mirada de estos poemas se desliza entonces sobre las materias de un pasado y un presente que se entrelazan como una enredadera de frutos agridulces.

Dulce y agrio: la contraposición no es arbitraria puesto que, en este libro, lo que se manifiesta ante la mirada revela su carácter ambivalente y, por tanto, dinámico. El jardín como espacio donde lo que germina también se pudre; la relación de los sexos como danza y como guerra; el fuego amoroso en su estallido y ceniza; el cuerpo como ritmo propio pero también como límite; y, por debajo de todo, el vacío que hace posible la manifestación del mundo y nuestras percepciones, pero un vacío que está lleno ante los ojos y que solo intuimos en su pureza.

Pues bien, hasta aquí no he mencionado el subtítulo que acompaña a Godai: El libro de lo manifiesto. Me parece que en esta última palabra (lo manifiesto) se juega un sentido que trasciende las analogías con Musashi que hasta aquí he desarrollado. Se trata, diría, de un complemento del todo personal, que desde la portada de flor y nervadura del libro nos remite a la contemplación de los fenómenos invisibles detrás de lo visible, como esos recuerdos que nos colman al sentir el contacto de ciertas manos, o el horror que puede esconderse tras una boca que aprieta fuerte el cigarrillo. Porque, como sugiere Aixa en un poema final de largo alcance político, todo, incluso el vacío, habla, se manifiesta, es mensaje.

Poemas de Godai. El libro de lo manifiesto

Manuscrito del Agua o Libro de lo que fluye (selección)


Golpear al adversario en un solo compás
como si fuera danza ese estar contiguo
movimiento que es espejo y no debe
confundirse el otro puño con el propio.
Golpear al adversario en silencio rito,
en un solo compás; el cine no ha mentido:
había también música en la guerra.

*

Golpear sin pensamiento ni forma
llevada por el impulso de lo que no
me atrevo a nombrar.
Me mostraron la sumisión
me dijeron que fuera dócil
que sonriera, no demasiado.
Ahora piden que sea fuerte.
Mi forma repite otra forma.
Me desconozco.

*

El golpe al azar
el del arrojo
el solo golpe.
Sin discernimiento, puro acto.
Como ese rayo que te parte los huesos y te deja
estaqueado en la mitad del patio.

*

El golpe centella
rompe la vista como esa llama
que no se espera,
mata y deja en la res
una marca tibia que apenas
se percibe a contraluz.
¿Hay en la breve agonía un impulso de goce?
¿Hasta dónde llega el deseo?
¿Me sobrevive?
Creí que nunca confundiría tu tacto
y de repente
una mosca prende a mis labios
cosquillas sucias mientras me apago.

*

El cuerpo en lugar del sable
el cuerpo en lugar del nombre
el cuerpo en lugar del signo
el cuerpo en lugar del cuerpo
el otro en lugar de uno
el uno en lugar de cinco
el puerco en lugar del hombre
el hombre en el lugar mío.

*

El golpe único
ese que abre al silencio.

Esta es la forma de la forma


Con ojos de ver, escribe Liliana.
Y un extrañamiento me separa de esa imagen
como si no supiera, justo yo, no supiera
que pueden los ojos no ver.

Los contornos de las cosas pueden desaparecer
pero sólo cuando eso ocurre necesitás acercarte
casi pegar la nariz.

¿Cuál era el encanto de la lejanía,
ese brillo ondulante que me hacía desear?

Cuando ya no existen los bordes de las cosas
y todo es forma informe que se mueve o queda quieta
cuando no hay manera de mirarse el fondo del ojo en el espejo
cada pelito porfiado del bigote
y en una jornada extenuante se pasan
como nada quince erratas
es momento de llanto.

Los ojos de ver se adaptan sin cálculo notorio
a la sorpresa, al cambio brusco.

Convergen los ojos de ver:
nunca replican la casita en la colina.

Yo tuve, en cambio, ojos esforzados, voluntariosos
ojos que adivinaban con escasa puntería,
ojos temerosos de pelotas de cancha,
de objetos del aire, pero ojos fieles, ávidos,
ilusionados, ojos lectores que son
los más propicios para la imaginería y la supervivencia.

Cuando me dieron los ojos de ver,
lloré, y una enfermera me cortó de un grito el júbilo.
¡No se llora en el estreno de los ojos de ver!
Con el uso, con el tiempo, con las cicatrices sanas
se llora
porque los ojos de ver
tienen las mismas pesadumbres que los otros.




Fernando García Moggia. (Viña del Mar, Chile, 1990). Ha publicado el libro de poesía Cuídate del agua mansa (Col. Adonáis, Premio Alegría de Poesía 2022), además de poemas, ensayos y traducciones del inglés y el ruso en distintos medios impresos y digitales. Actualmente cursa un doctorado en Estudios Literarios en la Universidad de Barcelona.

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